Termino mis días en el Hotel Nooteboom. Algo hay de razón en lo que dice el escritor holandés: tiene su gracia la estancia en el hotel: mirar las imágenes de quienes fueron, sus notas en las paredes, las sábanas: una tarjeta postal al lado de un espejo sucio que me devuelve siempre, de nuevo, al tejido de piedra.
(Hotel Nómada. Cees Nooteboom. Siruela-Mondadori.)
10 Levels of Jazz Guitar
Hace 6 años
3 comentarios:
Mis días comienzan entre las paredes de un hotel. Supongo que tiene nombre, pero no lo recuerdo. Recuerdo, en cambio, aquel horrible color verde en las paredes. El piso sucio y un espejo que se miraba viejísimo y que parecía reflejar mi conciencia, más que mi imagen. Una suerte de espejo wildeano, que me mostraba turbia, lejana. Acompañada. No recuerdo el nombre de aquel hotel, ni con exactitud dónde estaba, pero recuerdo perfectamente ese color verde. También recuerdo Sus Manos. Recuerdo su olor y el gozo del descubrimiento. Y que en la madrugada tuvimos frío.
-Señor, señor -apura el encargado de aquel hotelillo de quinta, llamando a la puerta-... Lo busca una señora.
-¿Una señora? -la voz adormilada- ¿Trae niño?
-No.
-Que pase.
Hace varios años, todavía era antropóloga (ahora soy, pero sólo muy de vez en cuando, por un instante o dos, y luego se me olvida). Nos tocó ir a hacer trabajo de campo a Guatemala. Sin duda es una tierra que encanta. Pero no es ese el asunto hoy. Estuvimos en un congreso en Antigua y luego nos fuimos a la capital. Buscando un sitio para dormir, antes de partir a las comunidades, preguntamos al taxista por un hotelito baraaaaato (que se ajustara al presupuesto de siete antropólogos en campo). "Hay", nos dijo, y nos llevó. Desde que llegamos, algo se nos hizo un poco raro. El ambiente era pesadito, pero ya noche, mojados por un aguacero en el camino, no nos pareció "tan" mal. Error. Poco después, ya en los cuartos, nos fijamos en las camas(tip de antropólogo en campo: en todos los hotelitos "baraaaaaatos" revisar siempre levantando los colchones para revisar que no hubiese demasiadas pulgas... pero bueno, ese tampoco es el asunto hoy). Casi lloramos. Las sábanas, horribles. Sucísimas, con manchas extrañas, asquerosas. No queríamos ni poner las bolsas de dormir encima... pero ya era tardísimo. La zona (me acuerdo perfecto: novena con dieciséis) nos pareció un poco insegura y no quisimos salir. Entre resignadas (ellos estaban en otro cuarto) y asqueadas, decidimos esperar la primera luz del día para salir de ahí. Había que tomarlo con filosofía, comentábamos, "las otras chicas que están en los cuartos del hotel, pues trabajarán aquí", "¡pobres! ¡qué pena!", "Quién sabe de dónde vendrán", "yo oí hablar a algunas, tienen acentos diferentes", "cómo no nos fijamos"... De repente, alguien pasó frente a nuestra puerta, se detuvo y gritó anticipando el round que se darían con la aparición del nuevo material: "¡llegaron las mexicanas! ¡llegaron las mexicanas!". Esa noche, pusimos un mueble contra la puerta y nadie durmió.
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